Trasladar eso al funcionamiento de un instituto es relativamente fácil; podemos protocolizar casi todo lo que hacemos. Es lo que los sistemas de mejora de la calidad llaman mapa de procesos, donde cada proceso es un conjunto de procedimientos (tareas) para una determinada actividad. La norma ISO 9001:2008 se basa precisamente en eso: protocolizamos, establecemos indicadores, registramos, medimos y aplicamos correcciones que mejoren los resultados.
Implantar un sistema de mejora continua en un centro educativo es sencillo si no nos dejamos obnubilar por los documentos inherentes a todo proceso de mejora; si no nos zambullimos en un mar de registros que al final sólo consiguen burocratizar nuestro trabajo más de lo necesario, utilizando indicadores de dudoso valor, duplicando los registros, utilizando herramientas poco intuitivas,… y peleando contra el tradicional inmovilismo de muchos docentes (léase libertad de cátedra).
De hecho, el principal elemento de fracaso de la implantación de sistemas de calidad en los centros educativos radica en los procesos relacionados con la productividad del profesorado, con la evaluación de la función docente.
Cuando se habla de evaluación de la función docente surgen dudas y recelos por todos lados: quién, cómo, cuándo, qué… Llegar a un consenso y una aceptación global de un sistema de evaluación docente es casi imposible y al final el asunto suele quedar en que el docente se evalúa a sí mismo (eso sí, sin asumir demasiadas responsabilidades sobre fracasos educativos), y a hacer un par de preguntas a los estudiantes sobre si les gusta o no tal o cual profesor/a.
Cuando se debatió el asunto en mi centro surgieron algunas voces discordantes que sólo veían en el proceso una forma de control. El término control se hizo fuerte en el debate adquiriendo una relevancia nuclear en el proceso. Nos sometemos a evaluación siempre y cuando eso no signifique que nos controlan, así que hay que eliminar del proceso evaluador cualquier sospecha sobre la profesionalidad y honorabilidad del docente. ¿miedo?. ¿a qué?.
En el fondo de la cuestión subyace la ancestral idea de la libertad de cátedra a la que me referí antes, un término que se ha ido deformando históricamente para transformarse en un “yo en mi clase hago lo que quiero y nadie me puede cuestionar”. Yo me he peleado muchas veces con el concepto en el sentido de que he impartido cursos (CAP, másters, formación, …) en donde conscientemente introduzco el debate sobre la libertad de cátedra; en donde trato de inculcar el significado de la libertad de cátedra en los estudios preuniversitarios dándole el significado que realmente tiene.
Los docentes trabajamos en equipo, y el trabajo grupal implica que nos tenemos que poner de acuerdo en lo que damos y en los aspectos generales de la metodología, estableciendo métodos de evaluación fácilmente calibrables; esto implica que tenemos que tener claro que la libertad de cátedra se reduce al enfoque que queramos dar a nuestros contenidos, dejando de lado todo dogma y rechazando en el sistema evaluador nuestras propias concepciones. En su concepción clásica, la libertad de cátedra, aplicable al mundo universitario, era dogmática; eliminaba de la ecuación el sentido crítico por parte del alumno, que debía asumir el pensamiento del cátedro en toda su extensión; pero hoy en día lo que queremos es inculcar el pensamiento crítico en nuestros alumnos/as, la autonomía del pensamiento y eso supone que debemos darles libertad de opinión, aunque su opinión esté en contra de la nuestra.
Un ejemplo. Hace muchos años, cuando yo empezaba en docencia, tuve que dar Ciencias Naturales en la antigua FP1. Uno de los temas indiscutibles era “La evolución” y yo soy evolucionista convencido. Cuando tuve que tratar el tema en clase hubo que abordar la dicotomía evolución-creación y yo intenté ser lo más neutral posible, pero con un enfoque claramente evolucionista, dando mi opinión personal (y así lo hice constar) sobre el creacionismo. La libertad de cátedra me permite dar un enfoque al asunto y centrarme en la evolución, incluso criticando la creación o directamente rechazándola, pero mi función como docente es poner encima de la mesa todos los elementos posibles para que los estudiantes extraigan sus propias conclusiones, sabiendo que en este asunto pesan demasiado las “creencias”.
El caso es que les pedí que hicieran un trabajo sobre Darwin y la evolución de las especies y mi sorpresa fue el que presentó una alumna defendiendo a ultranza el creacionismo y criticando los estudios evolucionistas con documentación científica. Lo comenté con la jefa del departamento quien me dijo que conocía a la alumna y que era testigo de Jehová; que no había nada qué hacer y que le pusiera la nota que yo creyera conveniente.
Si el enfoque es que los estudiantes aprendan la evolución de las especies y que la reconozcan como un hecho científico demostrado que anula las ideas creacionistas, debía suspenderla, pero lo cierto es que su trabajo fue el mejor de todos; buena introducción, buen desarrollo, con aportes bibliográficos serios (la chiquilla, o quien le ayudó, eliminó toda referencia a la biblia), buenas conclusiones… el trabajo era impecable así que le puse un nota muy alta y abrí un debate en clase sobre la libertad de pensamiento.
Este es el verdadero significado de la libertad de cátedra. Yo, como ateo, rechazo el creacionismo y puedo decir en clase que lo rechazo, pero no puedo suspender a un alumno por el hecho de que sea creyente y cuestione el evolucionismo, siempre y cuando acepte estudiarlo y entenderlo.
Así pues, yo entiendo que la evaluación docente debe enfocarse principalmente sobre cuatro puntos:
- Análisis de la metodología: dinamismo, incentivación, trabajo en equipo, recursos, …
- Análisis del proceso de evaluación del aprendizaje: qué se evalúa?, cómo se evalúa?, el sistema de evaluación y de calificación es equilibrado y se enfoca a los resultados de aprendizaje que se buscan?, el sistema de evaluación se puede calibrar?.
- Aplicación práctica: lo que enseñamos tiene que tener un reflejo en la vida; de poco sirve que nuestros estudiantes aprendan cosas si después no son capaces de encontrarles la aplicación práctica, real, a nivel personal o profesional.
- Aprendizaje de los estudiantes: Y lo más importante de todo es que nuestros alumnos/as hayan aprendido y tengan los conocimientos a final de curso. Eso implica, necesariamente, que todos los docentes han de obtener buenos resultados reales. Y eso significa que si a final de curso los estudiantes no han aprendido, quien ha fallado es el docente.
Continuará… ¿trabajamos en equipo?
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