martes, 21 de octubre de 2014

Cuestionando la metodología didáctica (I)

Cuando empecé en esto de la docencia no tenía más experiencia que algunas clases prácticas en la Universidad. Como alumno interno descubrí que me gustaba eso de enseñar, de ayudar a los estudiantes más jóvenes a superar las dificultades que había tenido yo.

Poco después de licenciarme y de dar tumbos de un lado a otro decidí presentarme a las oposiciones a docente sin saber muy bien dónde me metía. Aprobé hace ya 28 años y en ese momento comenzó un largo camino de aprendizaje en el que ahora estoy metido de lleno. 28 años aprendiendo es mucho tiempo, pero es que la función docente da mucho de sí.

Mis primeros y titubeantes pasos, sin nadie que te dirija, fueron de sentido común, pero siguiendo las pautas más tradicionales que veía a mi alrededor: explicas y cada tres meses un examen. Así fue durante mucho tiempo hasta que hice un curso de “Función tutorial” donde, entre otras cosas, nos explicaron algunas cuestiones relacionadas con la metaevaluación (en aquel momento no se llamaba así) y comprendí que igual que yo evalúo a mis alumnos/as, ellos deben evaluarme a mi; decirme lo que hago bien y lo que hago mal, lo que puedo mejorar y los métodos que debo abandonar, y no se me ocurrió otra cosa que ponerlo en práctica, aplicarlo en el aula, preguntarle a mis alumnos/as… no sin cierto rechazo de mis compañeros/as. ¿Que nuestros alumnos/as nos evalúen?. ¿Pero qué saben ellos?. ¿Bajo qué criterios nos evalúan?. ¡Estás loco!.

Fue, sin duda, la mejor decisión que he tomado a nivel profesional. Preguntar a mis alumnos sólo ha tenido una consecuencia: he aprendido a ser mejor docente. Primero porque me he dado cuenta de que ellos son los protagonistas, no yo. Mi trabajo es darles herramientas para que aprendan y yo debo ser un guía. He perdido todo el protagonismo y se lo he devuelto a ellos.

En realidad he aplicado algunas cosas que me enseñaron en la facultad de Medicina cuando me decían que el médico ha de empatizar con el paciente y ganarse su confianza; pues lo mismo aplicado al aula. Yo empatizo con mis estudiantes y trato de ganarme su confianza, porque si confían en mi aprenden mejor, me preguntan más, las clases son más dinámicas y divertidas.

Pero vamos al grano, aunque no voy a descubrir nada nuevo. Yo preparo mis propios apuntes. Muy trabajados, con mucho grafismo y con los datos esenciales sobre los contenidos a tratar. El enfoque de esos contenidos también está muy claro: los criterios de evaluación. Yo me centro, siempre, en los criterios de evaluación que marca el currículo porque eso es lo que tienen que conseguir los estudiantes. Separo muy bien el grano de la paja. Yo nunca pregunto ¿en qué año definió la OMS el término salud?. ¿Importa algo que sepan el año?. Yo les cuento cosas relacionadas con la II Guerra Mundial y les digo que acabó en 1945 y en ese momento, con medio mundo destrozado por la guerra, con Europa de resaca combativa, con las ciudades por reconstruir; en ese momento, después de la II Guerra, allá por 1948, la OMS define el término “salud”. A mi no me importa si saben o no en qué año se definió “salud” (aunque acaban sabiéndolo); me importa que sepan el contexto en el que se definió.

Las clases son muy dinámicas. Siempre comienzan con un debate sobre el tema a tratar; unos 15 minutos de eso que llaman brainstorming, para que los estudiantes se vayan desperezando, desconectando de la clase anterior y entrando en el tema. Creando clima, dicen.

Después yo voy desgranando los apuntes, siempre en pie. Yo nunca me siento. Odio sentarme. No me gustan los docentes que dan la clase sentados, los que dictan, los que leen. Es aburrido y antipedagógico. Yo camino por la clase, me acerco, me alejo, voy al encerado, hablo, me callo, pregunto… Mi mote es el “dudas”. No avanzo sin confirmar que todos mis alumnos me siguen. Cuando me preguntan una duda aprovecho para abrir un debate porque el aprendizaje horizontal, entre iguales, es más efectivo. Que piensen un poco entre todos es mejor que darles una respuesta directa. Y aunque parezca mentira, no se pierde tiempo. Yo nunca he tenido problemas para acabar los contenidos programados, porque hago una temporalización muy realista.

Continuará…

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